En el mundo grecorromano del siglo IV, la Epifanía equivalía a la manifestación de la divinidad. Epifanía era también la llegada del rey o emperador. La primera manifestación al mundo pagano del Hijo de Dios hecho Hombre tuvo lugar con la adoración de los magos. Esta fiesta nace en Oriente, posiblemente en Egipto, al sustituir una fiesta pagana dedicada a la luz.
¿Quienes eran los magos? Los magos eran consejeros de reyes, eran sabios que cultivaban la astrología o astronomía, la medicina, la botánica, la aritmética y la geometría. La expectación mesiánica se había extendido por todo el Oriente, especialmente desde que los libros sagrados judíos se habían traducido al griego, lengua hablada en casi todo el Imperio romano. Necesitamos una fe como la de los Reyes Magos: la convicción de que ni el desierto, ni las tempestades, ni la tranquilidad de los oasis nos impedirá llegar a la meta del Belén eterno: la vida definitiva con Dios. La primera enseñanza que nos dan es que hemos de corredimir no persiguiendo el triunfo sobre los demás, sino sobre nosotros mismos.
La visita de los Magos tendría lugar después de los cuarenta días de la purificación de María. Se puede suponer con toda lógica que la Sagrada Familia se había instalado en una casita de Belén.
La Estrella de los Magos Una noche, Melchor, Gaspar y Baltasar, descubrieron una estrella misteriosa, y, recordando los antiguos vaticinios, se dijeron: “He aquí el signo del gran rey; vayamos en su busca”. La estrella que conduce a los magos simboliza al mismo Jesucristo, la luz increada que ilumina a todos los hombres y los transforma.
La gente sale a la calle para ver pasar la comitiva. Hacen una pregunta desconcertante: “¿Dónde está el nacido rey de los judíos?” (Mt 2,2). Se turbó Herodes y, con él, toda Jerusalén. Ante la grandeza de Dios no faltan personas que se escandalizan; porque no aceptan más que lo que cabe en sus limitados horizontes.
INFORMES DE HERODES Sobre los judíos reinaba un idumeo, Herodes I el Grande, hombre que durante 30 años se había aferrado al poder. Mandó matar a la mayoría de las diez mujeres que tuvo. Era obedecido pero se le odiaba. Herodes había vivido pendiente del menor atisbo de un competidor al trono, para liquidarlo.
Herodes tenía una red de espías, que le informan de la llegada de los Magos. Llama, pues, a los pontífices y a los escribas, que le servían de norma de interpretación de la Escritura. Cuando le dicen que el Rey de los judíos debe de nacer en Belén, la respuesta debió calmar un poco las suspicacias de Herodes, pues no era fácil que en Belén hubiese una familia tan ilustre que pudiese disputarle la corona. Creyó que lo más conveniente sería disimular “y llamó en secreto a los magos” (Mt 2,7). Después de agasajarlos, los despidió con una recomendación: “Id e informaos bien de ese Niño. En cuanto le hayáis encontrado, hacédmelo saber, pues también yo quiero ir a adorarle” (Mt 2,8).
Oeo, Incienso y Mirra. Finalmente, la estrella se detiene sobre la casa donde estaba el Niño. Los viajeros quedaron sorprendidos cuando se encontraron frente a una humilde casita. No obstante entraron sin vacilar. Son recibidos posiblemente por San José, y ven a un Niño en brazos de su Madre, y reconocieron en aquel Niño al rey que buscaban, y postrándose le adoraron. Se postraron, como correspondía a un rey entre los orientales: es un verdadero homenaje. Y le adoraron, como a Dios. Abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra (Mt 2,11).
Le llevaron los mejores productos de su tierra. Los bienes de la tierra son excelentes, pero el hombre los pervierte cuando los convierte en ídolos. No se han de ver como un tesoro. El tesoro está reclinado en un pesebre; porque donde está nuestro tesoro allí estará también nuestro corazón (Mt 6,21).
Dar es propio de enamorados, y Dios mismo nos señala lo que quiere de nosotros. No le importan los bienes de la tierra porque todo eso es suyo; quiere algo íntimo, que podemos darle libremente: dame, hijo mío, tu corazón (Prov XXIII, 26), nos sugiere a cada uno.
El episodio de los magos de Oriente pone de manifiesto el alcance universal de la misión de Cristo. Jesús es el Emmanuel anunciado por Isaías y los demás profetas
Autor: Rebeca Reynaud.
Ave María y Adelante...!
De Colores...!