No es casual que la Palabra de Vida para meditar este mes haya sido “Por sus frutos los reconocerán”. El Espíritu Santo nos sorprende constantemente, y si aprendemos a leer sus movimientos, nos damos cuenta que a través de distintos detalles nos insiste con lo mismo.
En la última Ultreya se nos propuso mayor compromiso en el “estar” y preocuparnos por “hacer estar” a otros. Hoy se nos refresca el compromiso del padrinazgo, padrinazgo que nosotros elegimos y en el cual no somos elegidos. Pues a diferencia de nuestro Bautismo, aquí somos nosotros quienes elegimos a nuestros ahijados. También estamos siendo invitados a evangelizar siendo testigos y testimonios del amor de Dios. Y se nos pide ser fructíferos.
En esto quiero detenerme. Porque, ¿qué significa esto de dar frutos? ¿De que frutos estamos hablando? A veces pasa que, aún con toda buena voluntad, uno responda a ese llamado lanzándose en busca de logros, de reconocimientos, de números, de personas, etc. Pero un poco de experiencia, te hace dar cuenta que, en todo caso, esas son las consecuencias de otros frutos.
Si repasamos el pasaje de donde fue extraída esta Palabra de Vida, podemos descubrir algunas pistas. Pareciera que se nos dice: Miren, los verdaderos profetas son…
• Quienes conocen sus propias miserias y no juzgan a otros.
• Quienes cuidan su tesoro, aquello sagrado que es Cristo en el alma.
• Quienes buscan espiritualmente, piden, llaman, insisten, eligen una postura activa en la relación con Dios.
• Quienes, como hijos necesitados, imploran la bondad de ese Dios generoso y se abren dócilmente para recibir su Gracia.
• Quienes son sinceros y serios con lo espiritual, aunque implique esfuerzo y elegir el camino estrecho.
En definitiva, son aquellos que se mantienen arraigados en Jesús. “Todo árbol bueno produce frutos buenos”, “Quien permanece en Mí da buenos frutos”. Él nos envió al Espíritu Santo con sus frutos: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad.
Creo que el mayor fruto que podemos cultivar entonces, es la permanencia en Cristo y desde allí surge la necesidad de anuncio de la Buena Nueva a los demás. Porque no podemos callar lo que hemos visto y oído, pero primero tenemos que ver y oír. Es una experiencia vital el hecho de que si algo o Alguien te cambió, le dio sentido novedoso a tu existencia, lo grites a los cuatro vientos, por bocón, por la alegría que te desborda y porque querés “con – vidar” al otro con aquello que te dio y te da vida.
Pidámosle a Dios que esta misión sea una oportunidad para acrecentar en nosotros esos frutos que ya nos fueron dados por ser sus hijos.
Hna. María Luján Torres.
Institución Dalmanutá.
Ave María y Adelante...!
De Colores...!