
Las peregrinaciones tienen en la Iglesia una muy antigua tradición. La forma más tradicional de la peregrinación es “caminar solo o en grupo, hacia un lugar sagrado”, con antecedentes en el Pueblo de Israel. Pero el caminar hacia una meta es imagen de algo más profundo: la vida es movimiento y, si tiene sentido, es siempre caminar hacia un objetivo, un ideal. Porque el ser del hombre es más un 'no-soy-todavía' que una existencia realizada y, por eso, necesita avanzar, caminar, andar.
Peregrinar es un modo peculiar de encontrarse con Dios: los peregrinos marchan orando con sus pasos y con sus cuerpos, con sus voces y con sus cantos, con sus cansancios y sus pies dolidos, y con su corazón fijo en la meta. Es la “oración del pobre” que lleva a la presencia de Dios y de la Virgen María lo que tiene y lo que es. El peregrinar tiene el “ritmo del corazón”.
La diferencia entre peregrinar y caminar es que el peregrino lo hace en presencia de Dios hacia un lugar santo. Es un acto que involucra la Fe. Se peregrina hacia adelante y hacia adentro. Peregrinar es, entonces, una metáfora de la vida.
En particular, la peregrinación a Luján, es signo de una identidad profunda: con todo cuanto de pobreza hay, no son los peregrinos una sumatoria de individuos sino un pueblo que sabe cuál es su destino y que camina en comunidad.
Ave María y Adelante...!
De Colores...!