Aquel día me desperté contento, sabiendo bien que día era, toda mi casa estaba en movimiento y yo me levante un poquito más tarde que el resto. Como siempre toda mi familia estaba arreglando el hogar para la gran fiesta. No era cualquier fiesta, para mi era el mejor día del año. Como era de costumbre mi mamá me pidió que colaborara con algunos preparativos y me dijo que dejara de volar y que me pusiera a trabajar. Mi papá alegaba en mi defensa que era un chico y que mi deber era jugar. Acto seguido se pusieron a discutir muy cordialmente. Siempre fui un "poco" distraído, y eso es un eufemismo, pero como cualquier chico vivía en su propio mundo. Han pasado varios años y no he cambiado mi manera de ser así que el hecho de ser un soñador no es culpa de la niñez.
Aquella vez salí perdiendo y tuve que ir a hacer los mandados, tanto mis abuelos como mis papás trabajaban arduamente y a las corridas para preparar todo para el gran festejo. Yo no podía estar más alegre. Conforme iba corriendo las horas yo seguía feliz. Por la tarde el gran banquete estaba preparado y el comedor estaba delicadamente adornado para la ocasión, y la casa, ruidosa y en permanente movimiento hace un par de horas, se había vuelto apacible y silenciosa luego del mediodía cuando todos se fueron a dormir la siesta. Era el mejor día del año.
Cerca de la merienda todos se levantaban de su sueño reparador, el primero siempre era mi abuelo que se iba al patio a fumar su pipa bajo la parra. Y de a poquito la casa comenzaba a llenarse de vida de nuevo. Que las cosas que faltan, que esto no esta preparado, que hay que salir a comprar esto... o sea a ultimar los detalles que faltaban para la gran fiesta. Hacia el atardecer comenzaban a escucharse alrededor de la cuadra los primeros estruendos que avecinaban la gran fiesta. Era el mejor día del año.
En vísperas del festejo, siempre recibía un regalo. Este consistía en ropa nueva para poder vestir de acuerdo a la gran ocasión. Remeras, camisas, medias, bermudas y hasta cinturones y zapatillas eran el regalo de mi tía para que pueda estrenar todos los años para la gran fiesta. Jamás olvidaré aquella remera de Batman que tanto quise y que estrené en aquella celebración con tanta alegría. No era cualquier día, era el mejor día del año.
En la puesta del sol, todos bañados y cambiados concurrimos en auto a la iglesia y allí nos cruzábamos con mucha gente que también tenía clima de alegría, estaban bien vestidos como nosotros. Y al terminar la Misa nos saludábamos e intercambiábamos saludos y felicitaciones. No era cualquier noche, era la mejor noche de todas.
De regreso a nuestro hogar, llegaban los invitados y comenzaba la solemne cena con la bendición de la mesa, infaltable en aquella fiesta tan importante que se realizaba cada año. Así la noche iba llegando a su fin, y se venía lo mejor… pues no era cualquier noche, era la mejor noche de todas..
Cómo se deberán imaginar este relato no se trata de mi cumpleaños o las fiestas patronales de una parroquia o el aniversario de un club. Se trata de la Navidad, Navidad que desde niño me han enseñado que no se trata de juntarnos porque si. Sino para dar gracias por la vida y por la familia. Navidad que a pesar de que pasen los años sigo viviéndola con la misma intensidad que cuando era niño. Porque doy gracias a Dios que la familia siga reuniéndose, y eso es motivo de felicidad. Porque Me han enseñado de pequeño que la Navidad no se trata de un señor gordo vestido de rojo que nos trae regalos desde una parte lejana del mundo. La Navidad se trata del nacimiento de un niño que bajó desde el cielo para liberarnos de la tristeza y la desesperanza. Para iluminar los que viven en tinieblas. Festejamos el nacimiento de Cristo. En Navidad se festeja la vida. Aunque la sociedad de hoy ignore la razón del festejo y Navidad sea signo de depresión. Si, algunos de nuestros seres queridos ya no están, pero quienes nos aman jamás nos abandonan y lo mejor que podemos hacer es recordarlos con alegría. La Navidad no sea signo de tristeza, sino de esperanza.
En navidad festejamos que tenemos un Dios que nos amó tanto que nos entregó a su Hijo único para que tengamos vida y vida en abundancia. Festejamos que ese niño que esta en el pesebre nos amó tanto, entregó su vida y venció a la muerte para salvarnos. Festejamos el milagro, el milagro de la vida.
Para mi la Navidad no es solo eso. Significa que tengo razones para ser feliz y dar gracias a Dios, suceda lo que suceda, porque año tras año y a pesar de las diferencias que existan en todas las familias, nosotros nos tenemos y eso es lo más importante, a pesar de que algunos ya no estén presentes físicamente. Significa nostalgia y no melancolía. Significa recordar con alegría. Significa mucho más que sidra, champagne, turrón, almendras, regalos y un arbolito lleno de luces. Significa unidad, amor. Significa entrega. Significa alegría. Significa reconciliación, significa perdón, significa esperanza.
¿Cómo termina mi historia? Con una gran cena, brindis y un abrazo de corazón a las cero horas del 25 de diciembre de todos los años desde que soy chico. Y con alegría. Porque no importa cuan grande sea la cena, ni lo que comamos. Pues Cristo no nació con grandes lujos. Festejamos Navidad. Festejamos la vida. Festejamos que estamos juntos. Festejamos a Cristo. Así termina esta historia. Como termina la mayoría de sus historias. O como debería terminar. Y como espero y deseo que terminen las de hoy, tienen un final distinto.
No es cualquier día. Es el mejor día del año. No es cualquier noche, hoy es la mejor noche de todas.
"Hoy nos ha nacido un salvador".
Por Ezequiel Pablo Pernica. (J.XXXVIII). 24/XII/2009.