26 de diciembre de 2009

Un Árbol de Navidad...

Quise comprar un árbol en esta Navidad.
Y me dije a mí mismo: ¿Y por qué no eres tú mismo ese árbol?
Y en un momento me sentí árbol de Navidad.
De sus ramas colgaban infinidad de regalos.
Los regalos recibidos en tantos años de vida.
Y me di cuenta de que toda mi vida había sido un regalo.
Un regalo de Dios. Y un regalo de los hombres. Mi vida ya era un regalo.
Mi Bautismo ya era otro regalo. Mi vocación, un regalo más.
Tantas gentes a las que he podido ayudar, eran un regalo.
Tantas manos tendidas al que había tropezado,
¿Qué eran sino regalos de la Gracia y del Amor?
Tantas palabras de comprensión,
¿Qué eran sino otros tantos regalos de la bondad del Corazón?
Tantas vidas que han encontrado en mí una mano que les señalaba el camino,
¿No eran también ellas los regalos que Dios me hacía en mi caminar?
Tantas vidas que encontraron una palabra de consuelo en sus pesares,
¿No eran también regalos que engalanan la vida sin que uno se de cuenta?
Tantos cariños que encontré en mi camino,
¿No eran regalos que Dios me hacía?
Tantos corazones anónimos agradecidos,
¿No son otros tantos regalos del Corazón de Dios?
¿Y tantas alegrías experimentadas en mi caminar por la vida?
¿Y tantos momentos de dolor y consuelo compartidos?
¿Tantas vidas compartidas como si fueran mi propia vida?
¿Y tantos días llenos en el servicio?
Regalos. Regalos de Dios, como pedazos de vida.
En estas Navidades no he comprado el Árbol de Navidad.
¿Para qué comprarlo si lo tenía en casa?
Para que comprarlo, si mi vida es el mejor Árbol de Navidad.
Lo miro, y lo veo cargado de vida y de vidas.
Lo veo cargado de toda mi, ya, larga vida. De la vida de Dios en mí.
¿No estarás, tal vez tú mismo, colgado en este árbol de mi vida?
Por eso: no le pondré luces intermitentes.
Porque Dios alumbra en él. Mi vida alumbra en él.
Y todas nuestras vidas son otras tantas luces encendidas en él.