La Ley obligaba a la mujer a purificarse y a presentar a Dios al hijo primogénito, que después podía recuperarse por una suma de dinero; y María cumplió estrictamente con estas ordenanzas. Permaneció 40 días en su casa sin dejarse ver, absteniéndose en entrar al Templo y de participar de las ceremonias de culto, luego fue a Jerusalén con Jesús en brazos, hizo sus ofrendas como Acción de Gracias y presentó a su Hijo, por medio del Sacerdote, y luego lo rescató por medio del pago de los 5 shekels.
En aquel momento, se encontraron con Simeón, un hombre justo, de edad avanzado, a quién el Espíritu Santo, en un oráculo le había prometido no morir sin ver al Mesías que enviaría el Señor. Aquel día fue al Templo y tomó a Jesús en sus brazos y bendiciéndolo dijo: "Ahora Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: Luz para alumbrar a las naciones y Gloria de tu pueblo Israel"