Cuando hiciste la Jornada seguro que escuchaste decir que todos los cristianos estamos llamados a ser santos, pero quizás te parezca ridículo pensar que se fabriquen estampitas con tu fotografía.
Sin embargo, ser santo no tiene nada que ver con eso. Ser santo es llegar al cielo para estar con Dios y a eso es a lo que estás llamado desde que fuiste concebido en el seno de tu madre.
Desde el principio de la humanidad, han sido sólo unos cuantos los que han seguido a Dios y en ellos Él ha puesto toda su confianza. Dios siempre ha querido necesitar del hombre para salvar al hombre y con unos cuantos que le han respondido ha podido lograr que la Iglesia sobreviva, a pesar de todos los ataques que ha sufrido externa e internamente.
Dios llama a todos, pero sólo unos cuantos le responden. Ésos son los santos: hombres y mujeres llenos de debilidades y defectos que se han puesto a la disposición de Dios; que han estado dispuestos a darle 5 panes y 2 peces para que Él pueda dar de comer a 5.000 hombres; que le han prestado una casa para que Él instaure la Eucaristía; que han quitado piedras de los sepulcros para que Él resucite a los muertos. Hombres y mujeres que se han animado a ser fermento, a ser sal, a ser luz para iluminar a los demás.
El pertenecer a esos pocos que escuchan y responden a Dios sólo depende de ti. Dios pide tu ayuda, cuenta contigo para salvar a muchísimos hombres, pero sólo tú eres el encargado de responderle positiva o negativamente a través de lo diario, de lo cotidiano, de tus compañeros y maestros, de tus tareas, de tus problemas, éxitos y fracasos.
Todo lo que pasa a tu alrededor es un mensaje divino que te llama a ser santo ahí donde Dios te ha puesto, en esa casa, en esa escuela, en ese trabajo, con esos compañeros y esos hermanos para que los transformes con tu luz.