Cuando Jesús vino al mundo nadie lo estaba esperando. A pesar de su nacimiento había sido anunciado durante siglos por los profetas, y anhelado ansiosamente por el pueblo, y los dirigentes de Israel, ni siquiera trascendió la noticia, como para quedar registrada. Después de su muerte, los primeros cristianos no se preocuparon en averiguar la fecha de su cumpleaños, sino en salir a predicar el Reino que él acaba de fundar.
Y a esta tarea se abocó de lleno la Iglesia durante siglos, sin interesarse por los detalles históricos de su vida. Mientras tanto, ¿Qué calendario empleaban los miles y miles de cristianos que a lo largo de esos años había abrazado la fe? Inmersos como estaban dentro del Imperio Romano, y siendo éste quien imponía las estructuras y normas de vida corriente, seguían el cómputo empleado por Roma en toda el área de influencia de su gobierno.
El sistema consistía en contar el tiempo a partir de la fundación de la ciudad de Roma. Ese año era considerado el 1º, y de ahí en adelante se sumaban los siguientes. Como difícilmente se recordaban en el Imperio, acontecimientos anteriores a aquella lejana fundación, no había mayores dificultades. Para hacer alusión a este calendario, se colocaba las iniciales U. C., que significaban URBIS CONDITAE (de la fundación de la Ciudad).
Pero al entrar de lleno en los tiempos cristianos, muchos empezaron a pensar que la fundación de la ciudad de Roma, que había sido pagana durante los mil primeros años de su existencia, no era el hito más adecuado para empezar a contar los años. Al contrario, consideraban el nacimiento de Jesús como el suceso central del la historia.
La idea se impuso con más fuerza cuando 450 años después de Cristo el Imperio Romano se desmorono ante los embates de los pueblos bárbaros. Ya no quedaba nada que ligara a los cristianos con él, ni razón alguna para seguir considerándolo como el centro histórico de sus vidas. Había que crear un nuevo calendario, que tuviera como eje a la persona de Jesucristo.
Entonces cayeron en la cuenta de que nadie sabía el día, ni el mes, ni siquiera el año de su nacimiento debido a que los autores de los evangelios habían omitido el detalle. Estos escritos más bien contaban episodios aislados de la vida del Salvador sobre la base de una catequesis oral previa, pero no había en ellos la pretensión de una exacta cronología de su vida.
Es en ese momento, cuando se yergue la figura de un monje llamado Dionisio, natural de Escitia, región de la actual Rusia, pero que vivió casi toda su vida en Roma. Tenía por sobrenombre “El Exiguo”, que significa pequeño, minúsculo, por lo que se ha supuesto que era de baja estatura. Pero parece más bien que él mismo quiso llevar ese apodo por humildad.
Era uno de los hombres más eruditos de su época, brillante teólogo, y gran conocedor de la historia de la Iglesia y de las cronologías. Por aquel tiempo había compuesto una célebre colección de decretos de los papas y de decisiones de los Concilios con valiosos comentarios propios.
Decidió este monje acometer la colosal empresa de calcular la fecha de nacimiento de Cristo, para lo cual contaba con algunas informaciones útiles que los evangelios podían aportar. Así, de Lucas tomó el dato de que al comenzar su vida pública “Jesús tenía unos 30 años” (Cf. 3,23). Esto ya era un buen comienzo. ¿Pero en que año empezó su vida pública? Unos versículos antes tenía la respuesta: “en el año 15 del gobierno de Tiberio César” (Lc. 3,1).
Confrontando largas tablas de fechas y cronologías, Dionisio dedujo que el año 15 de Tiberio, en que Jesús salió a predicar, correspondía al 783 U. C. Ahora bien, restando los 30 años de vida de Jesús, obtuvo que había nacido en el 753 U. C.
Para ubicar a Jesucristo en el comienzo de una nueva era, el 754 U. C. tenía que pasar a ser el año 1, el 755 el año 2, y así sucesivamente. Después de cada número, Dionisio añadió las siglas “d. C.”, es decir, “después de Cristo”. A los años anteriores al nacimiento de Cristo, en cambió, los etiquetó “a. C”, es decir, “antes de Cristo” En este nuevo calendario la fundación de Roma ya no figuraba más en el año 1, sino en 753 a. C. Y Dionisio, que se encontraba viviendo por entonces en el año 1275 del calendario romano (U. C.), se dio con que vivía en el 526 de la nueva era cristiana.
La idea del nuevo calendario tuvo un éxito extraordinario, e inmediatamente comenzó a ser aplicada en Roma. Poco después llego a las Galias (la actual Francia) y a Inglaterra. Tardaría un poco aún en ser aceptada en España: en Cataluña se la adopta tan sólo a partir en 180; en Aragón, desde la Navidad de 1350; en 1358 se la admite en Valencia; en Castilla desde 1383. Y llega a Portugal sólo en 1422.
Poco a poco, y no sin vencer grandes dificultades, se generalizó en todas partes para fines de la Edad Media. La gloria de Dionisio destelló en cada rincón del mundo antiguo, y cuando falleció catorce años más tarde, se habría podido anotar con orgullo en su obituario que había muerto “en el año 540 de la era inventada por él”
Ave María y Adelante...!
De Colores...!