Escucha, Dios;
yo nunca hablé contigo.
Hoy quiero saludarte. ¿Cómo estás?
¿Tu sabes? Me decían que no existías.
Y Yo, tonto, creí que era verdad.
Anoche vi tu cielo.
Me encontraba de espaldas en la tierra,
mirando al infinito.
¡Quién iría a creer que para verte bastara
con tenderse uno de espaldas !
No sé, si aún querrás darme la mano;
al menos, creo que me entiendes.
Es raro que no te haya encontrado antes.
Pues bien. Ya te he dicho todo.
Ahora, Dios, no tengo más que decirte
que ya no tengo miedo más a nada,
desde que descubrí que estabas cerca,
tan cerca de mí, como yo mismo.
Ya no tengo miedo a nada ni a nadie
pues yo sé que estás conmigo,
pues te llevo en mi pensamiento,
y te llevo en el corazón.
Porque. . . sí. ¿Sabes que ya te quiero?
Comprendo que no he sido amigo tuyo,
no porque no hubiera querido serlo,
sino porque no te conocía.
Ahora que ya te conozco,
¿no querrás ser Tú amigo mío?
Porque, Dios, yo necesito de un amigo
y pienso que nadie mejor que Tú.
Hasta pronto, pues, tu nuevo amigo.
(Un soldado tendido en tierra, en su trinchera, compuso esta oración)
Ave María y Adelante...!
De Colores...!