“Entraron en la casa; vieron al Niño con María, su Madre, y postrándose le adoraron.”
(Mt 2, 11)
Mi oración venía en torno a la adoración, ante qué realidad uno dobla la rodilla. Si realmente es ese Niño ante el cual me inclino o existen otras circunstancias que se erigen como “reyes” en el alma.
Recuerdo que estaba en misa y una canción, de esas que uno ha escuchado toda la vida, me quedó resonando de una manera particular. Seguramente, muchos de ustedes la conocen: “Cristianos vayamos”. Antigua, ¿verdad? Leí la letra con detenimiento y me pareció increíble. Sencilla y profunda al mismo tiempo.
Primer mandato, como un imperativo: “Cristianos vayamos…”. La esencia del cristiano es un continuo “estar de camino”, un “desinstalarse” permanente de lo ya logrado, de las comodidades, de la seudotranquilidad alcanzada, para buscar un “más”. Porque, aunque muchas veces uno mismo prefiera decirse que “está todo bien”, la verdad interior nos revela un anhelo profundo insatisfecho. La vida del cristiano, del seguidor de Cristo, no es algo acabado, ya conseguido, y el punto interesante es que ese “más” dentro del alma, nos aguijonea a ponernos en marcha.
“La estrella nos llama junto a Belén”. Estrella que es luz en la noche, claridad en nuestros momentos oscuros o de confusión, “chispazo” o “intuición” a través de la cual podemos percibir esa necesidad de cambio, de levantarse y salir de la situación actual. Y esa estrella, que “nos llama”, pues hay un llamado, una vocecita interior que nos convoca y a la cual podemos obedecer o hacernos los sordos, nos conduce “a Belén”. Hay un norte, hay una meta que, aunque muchas veces esté difusa para nuestra conciencia, esa estrella, esa intuición, conoce muy bien. Ese lugar es Belén, lugar de renacimiento, de reactualización de la Gracia porque Dios sigue creando en el alma de todos nosotros, lugar de misterio, lugar de evidencia de la realidad más humana y de la realidad más divina, lugar de renuncia (no tenían posada) y de sobreabundancia (nada les faltó). La estrella nos lleva entonces a adorar a ese Dios misterioso y omnipotente que se manifiesta en un niño absolutamente necesitado. ¡Qué contraste!
Diría yo, que esa estrella, ese llamado, proviene de esa profundidad del alma donde acontece lo sagrado, lo misterioso, lo que desestructura nuestra lógica. Porque fíjense lo que sucede en ese “Belén”:
“El Dios invisible vístese de carne,
el Rey de la gloria llorando está.
Viene a la tierra a darnos el cielo.”
Para ser sincera con lo que me suscita esta estrofa, debo confesarles que aparece el silencio y como los Magos, me postro y le rindo homenaje a esta realidad.
Y para terminar, quiero reparar en dos actitudes que trae esta canción con respecto a los personajes de la escena.
“Humildes pastores dejan su rebaño…”. Pastores humildes porque dejaron todo. Dejar el rebaño, era dejar todo lo que tenían. Sin embargo, le llevaron al Niño Dios sus dones, lo recibido gratuitamente y fructificado, o sea, lo mejor de ellos mismos. Porque la humildad no es la mirada depresiva sobre nosotros mismos, sino el trabajo esforzado y permanente por responder a Dios con lo mejor que podemos darle.
“La luz de la estrella que guió a los Magos
alumbra el misterio de Navidad.
Fieles sigamos esta luz del cielo.”
alumbra el misterio de Navidad.
Fieles sigamos esta luz del cielo.”
Los Magos, fieles a esa intuición, a ese llamado, también llevaron al Niño los dones más preciados. Ninguno llegó con las manos vacías.
Así que, desde Belén hoy se nos llama a cada uno de nosotros a seguir caminando, en búsqueda constante de ese “más” que nos conduce a Dios. Vayamos con humildad y fidelidad a postrarnos y adorar a ese Niño Dios que nace en nuestra alma.
De Colores...!
María Lujan (J.38).