Joaquín Navarro Valls, que acompañó a Juan Pablo II durante más de 20 años, destacó su gran humanidad..
Junto con don Estanislao Dziwisz, su secretario privado, hoy cardenal de Cracovia, y con las monjas polacas que estuvieron a su servicio hasta el último suspiro, nadie pasó tanto tiempo, compartió secretos, silencios y palabras con Juan Pablo II como él.
Joaquín Navarro Valls, su vocero durante más de 20 años, reveló en una entrevista con La Nacion anécdotas sobre el papa, una persona de la que dijo que se veía que era un santo, sobre todo por su buen humor. Psiquiatra y periodista de 74 años, miembro del Opus Dei, Navarro Valls fue uno de los más de 100 testigos que declararon en el proceso de beatificación de Karol Wojtyla, que fue elevado ayer al honor de los altares.
-Durante el tiempo que trabajó con Juan Pablo II, ¿tuvo la sensación de estar ante un santo?
-[Silencio y risas.] En estos días, todo el mundo dice: "La Iglesia hace santo a Juan Pablo II", y no estoy en absoluto de acuerdo. Porque una persona es santa mientras vivía o no lo será nunca. No es que la Iglesia ahora hace santo a Juan Pablo II, sino que certifica que en su vida fue santo, y eso se le veía. Más largo sería decir en qué se le veía. Para mí (quizás es una cosa muy subjetiva), se lo veía sobre todo en su buen humor, a pesar de todo. A los 80, cuando se tiene todo el peso que uno lleva encima, enfermedades, toda una serie de cosas, seguir teniendo buen humor no viene de un rasgo de carácter. Para mí, era uno de los rasgos definitivos de su santidad, ese modo positivo de ver las cosas, ignorando completamente sus propios asuntos y viviendo para su misión, para la gente. Ahí era donde yo lo veía más.
-¿Hubo un momento específico en el que cayó en la cuenta de que esa persona era santa?
-No sé si hubo un primer momento. Pero se veía en forma continua. Me acuerdo de un pequeño detalle: de todas las operaciones que tuvo en su vida, la más leve de todas fue una caída con una pequeña fractura en el húmero. Cuando entré en su habitación del hospital poco después de la reducción de la fractura, él me miró y me dijo: "Vea usted: hace falta completar lo que falta en la Pasión de Cristo", y a continuación dijo: "Bueno, no es que falte nada; ya está todo hecho, pero..." [risas]. En fin, ese espíritu positivo hasta en las cosas más menudas. No lo sé; lo llamaría "el santo de la humanidad", "humanidad" no en el sentido de "todos", sino que era todo lo humano que entraba de lleno con un sentido positivo.
-Una pregunta muy personal: ¿usted le reza?
-Bueno [silencio]... Yo trato de seguir en contacto con él. Antes, según el tema de trabajo que teníamos cada día, eran 2 o 3 horas, dependía. En los viajes largos, eran más horas las que estábamos juntos. Ahora tengo la sensación de que he ganado: son 24 horas al día... En esto sé que no soy original porque basta con ir 6 años después de su muerte a San Pedro y ver la cola de gente en su tumba. Ahora, una cosa que la gente imagina es que rezar para un creyente es una obligación o simplemente una convicción. Tengo que rezar; rezo. Para él era una necesidad: no podía dejar de hacerlo. Ahora, ¿de qué rezaba este hombre? Claro, muy frecuentemente, cuando iba al departamento, lo veía en su pequeña capilla durante horas, con unos papelitos en la mano: pasaba uno, luego el otro, luego otro. ¿Qué hacía? No me atrevía a preguntárselo a él, pero se lo pregunté a su secretario: a él le llegaban cartas de todo el mundo de gente totalmente desconocida, en todas las lenguas. Eran del tipo "Rece porque soy una madre con 4 hijos y me han diagnosticado un cáncer muy grave" o "Rece por mi hijo, que se droga". En fin, todas las miserias imaginables del mundo le llegaban. ¡Se pasaba horas con eso en la mano!
-¿Su punto más fuerte y su punto más débil?
-Una idea que tuve siempre: a veces, en las personas que tratamos de ser mejores, uno tiene la impresión de que las distintas virtudes cristianas se vuelven locas, unas en contraposición con otras. Y la persona que es muy recta de pensamiento a veces parece más intransigente. Y en el polo opuesto, el hombre o la mujer que por su carácter es comprensivo, pues llega a una especie de indiferentismo; confunde el ser misericordioso por importarle todo un bledo. En él no se producía esa locura de virtudes. Por ejemplo, una cosa concreta que me ha ayudado mucho: él era un hombre que no perdía un minuto y, al mismo tiempo, nunca tenía prisa.
-¿Y el punto débil?
-¿Hasta qué punto [frente a] una persona que ama mucho a las personas que tiene alrededor no pueden aprovecharse algunos de esa bondad? Era difícil porque sus decisiones las tomaba con un sentido de calidad y de comprensión y de justificar a la persona, de pensar siempre lo mejor de esa persona.
-Hablando de esto, dentro del proceso de beatificación, hay gente que piensa que fue demasiado rápido, sobre todo porque no se analizó en profundidad el tema de los abusos sexuales por parte de sacerdotes y el caso Maciel [Marcial, el fundador de los Legionarios de Cristo].
-Es un tema largo, pero voy a tratar de resumirlo. Había, por aquellos años, una carta de Maciel, en la que juraba ante Dios que todo eso que se decía era falso y que no pensaba defenderse, que lo llevaba como una cruz. No obstante, el procedimiento canónico contra Maciel empezó durante el pontificado de Juan Pablo II.
-Pero muchos denuncian que fue encubierto por colaboradores de Juan Pablo II..
-Lo que es definitivo en el caso Maciel es la cronología de las fechas.
-¿Hubo momentos de dificultad en la comunicación entre ustedes?
-No. Una de las cosas que siempre me han ayudado profesionalmente, pero impresionado humanamente también, es que él contaba todo: audiencias con personajes del mundo, jefes de Estado, lo que fuera. O cosas personales. Nunca, ni una vez en más de 20 años, nunca escuché que me dijese: "Pero esto que le digo quédeselo para usted". O sea, es impresionante, pero él se fiaba de la profesionalidad. Era un hombre que desde ese punto de vista tenía una mentalidad muy laical.
-¿Levantaba el teléfono y lo llamaba en cualquier momento? -Siempre, siempre.
-¿Recuerda cuál fue la última vez que habló con él?
-No recuerdo cuándo fue la última vez; desde luego, fue en el último período, probablemente días antes de su muerte. Si se refiere a mi despedida de él, no: fue sin palabras y, además, ya no había necesidad de palabras. El estaba perfectamente consciente; nos miramos a los ojos, sufriendo, porque fue doloroso el final. Le besé la mano, que recuerdo que era una mano muy fría, porque en esos últimos días estaba con una tensión arterial bajísima, pero no tuve ningún deseo de decirle nada. Porque... ¿qué le iba a decir o qué esperaba yo que él me dijese? Eran veintitantos años trabajando día y noche, viajando juntos, descansando juntos en la montaña. Cualquier palabra hubiera sido insuficiente [emocionado]. Recuerdo ese momento, sí..
Fuente: Diario La Nación.
Ave María y Adelante...!
De Colores...!