“…olvidándome del camino recorrido,
me lanzo hacia adelante
y corro en dirección a la meta”
(Fl 3, 13)
¡Hermoso pasaje de San Pablo!
No puedo dejar de relacionar esta Palabra de Vida, con lo que el Hno. Guido nos compartía en la última Ultreya. Él hacía hincapié en el continuo caminar del cristiano hacia la Pascua. 40 años del pueblo de Israel, 40 días de Jesús en el desierto, nuestro cuarto día jornadista, momentos todos de preparación, de oración, de soledad, de renuncia, de vaciarse para llenarse de Cristo, para encontrarse con Él. Estamos todos en ese camino del encuentro.Y en este versículo, San Pablo, nos trae a la conciencia esta misma realidad.Por un lado, nos habla de sí mismo, o de cómo es Cristo con Él. Es decir, habla desde su experiencia. Fue este apóstol, quien después de ese encuentro profundo con el Señor, desde el momento de su conversión, cambió completamente el rumbo, reorientó su meta y dejó atrás todo aquello que hasta el momento había vislumbrado como verdad de Fe.
Me gustaría detenerme en los verbos que señalan la actitud y el obrar de San Pablo: olvidarse, lanzarse y correr.
Evidentemente, uno nunca debe olvidarse de dónde lo sacó Dios, de quién es uno sin Él. Pero acá, Pablo nos trae a cuenta la renuncia, el desprendimiento necesario para avanzar en la vida de Fe, para responder a la Gracia actual, para alcanzar mayor hondura en el encuentro con Cristo. Este olvidarse tiene sentido si hay algo que nos impulsa a otra cosa. No se trata de renunciar porque sí. ¿A quién se le ocurre dejar lo que tiene, y más, si es algo bueno? Dejo porque veo otra cosa mejor. Y ese lanzarse a lo nuevo, nos presenta un riesgo. Si bien uno se lanza al percibir algo novedoso, no siempre se ve con claridad aquello que está por delante. Por eso digo que es un riesgo. Lo que tengo, lo que vivo, lo que soy, es una seguridad. Aquello que puedo tener, que puedo vivir, que puedo ser, por ahora sólo intuido, es una incertidumbre. Y San Pablo nos dice que no sólo se lanza, sino que lo hace corriendo. Esto imprime agilidad, prontitud, no hay tiempo que perder, hay prisa. Creo que hoy en día, sabemos muy bien lo que es correr detrás de las cosas. Vivimos un poco así, enloquecidos porque no alcanza el tiempo, porque hay que ir de acá para allá, porque hay mucho que hacer, etc.
Sin embargo, la diferencia está en que San Pablo nos muestra que su carrera tenía un norte, Cristo. Cada paso que iba dando era para identificarse cada vez más con Cristo Jesús.
Todo este camino de renuncia, de elección y de urgencia, se realiza en pos de una meta, de Cristo.
Es Él el modelo de vida para los jornadistas y para todo cristiano. Pero no sólo nos espera al final del camino, sino que es quien nos inspira a caminar y es el Camino mismo.
Esta Palabra de Vida, propuesta como anticipo de la Pascua, nos enfrenta con la meta y el camino, con aquello a lo que apuntamos y los pasos que vamos dando. Podríamos decir, que cada paso dado que nos implique el dejar una realidad y asumir o encarar otra nueva, es una pequeña pascua (paso) en nuestra vida.
Todos somos capaces de olvidarnos, de lanzarnos y de correr si tenemos una meta clara que nos impulsa. Todos encontramos un cómo, una manera si reconocemos un qué, un motivo. Ese deseo en el alma está intacto, confiemos en él, escuchémoslo. Lo que suele suceder muchas veces es lo que dice Saint Exupéry en uno de sus libros, “Tierra de Hombres”, lo que falta es un jardinero para los hombres, alguien que nos ayude a ir creciendo, madurando en ese caminar hacia la meta.
Este tiempo de Cuaresma nos invita a retomar todo aquello que nos conduce a Dios y nos ayuda a vivificar nuestra relación con Él. Como Movimiento contamos con la antena, todas esas mediaciones que nos da la Iglesia: la Eucaristía, la oración, la Dirección Espiritual, la confesión, etc. Retomemos el camino, olvidémonos de lo ya recorrido, de lo bueno, de lo malo, pero pasado al fin porque hay más por transitar. Lancémonos, no a una pileta vacía o a un desconcierto de cosas que apabullan, sino a esa relación de amor que vamos descubriendo poco a poco, paso a paso y con la guía de algún jardinero, para entonces sí correr hacia ese Cristo que nos empuja, nos acompaña y nos espera en nuestro caminar de todos los días.
Hna. María Luján Torres (Jor. 38)
Institución Dalmanutá.